El día que volvíamos de las vacaciones en París, le oí decir a mi padre que habíamos llegado demasiado temprano al aeropuerto.
—Quédate con la niña —dijo mi madre —, tengo que ir a buscar algo para la abuela.
—¿Vamos a la cafetería? —dijo mi padre.
—¡Vale!
—¿Qué quieres?
—No sé.
—¿Un cortado?
—Pero mami se va a enfadar.
—No le diremos nada.
Mi padre se acercó a la barra, pidió un café solo y un cortado. Le puse mucha azúcar y me lo tomé rápido. Cuando lo coloqué sobre la bandeja, vi rodar un lápiz de labios; se metió debajo de nuestra mesa. Lo cogí, miré alrededor y vi a una mujer buscando algo en el suelo, estaba en la mesa de al lado.
—¿Puedo? —le dije a mi padre.
—Claro.
Y puse el lápiz de labios sobre su mesa.
—¡Qué linda! —susurró la mujer—. Llámame dentro de diez años.
Me dio un beso en la mejilla y me limpió con un pañuelo de Hello Kitty. Me lo puso en el bolsillo y dijo que me traería suerte. Justo cuando volví a mi mesa, llegó mi madre y dijo:
—¿Qué le pasa a esa? ¿Ha tocado a la niña?
—Le ha devuelto algo que era suyo.
Mi padre sonrió y me guiñó el ojo. Fue nuestro primer secreto. Yo tenía diez años y ya no podía imaginarme una vida sin aquella misteriosa mujer. Mi primer amor fue intenso y fugaz.